Les chansons d'la nuit

 Dice el poema de Alejandra Pizarnik:

"Poco sé de la noche

pero la noche parece saber de mí,

y más aún, me asiste como si me quisiera,

me cubre la conciencia con sus estrellas.

Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.

Tal vez la noche es nada

y las conjeturas sobre ella nada

y los seres que la viven nada.

Tal vez las palabras sean lo único que existe

en el enorme vacío de los siglos

que nos arañan el alma con sus recuerdos.

Pero la noche ha de conocer la miseria

que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.

Ella ha de arrojar odio a nuestras miradas

sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.

Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.

Su lágrima inmensa delira

y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser."

La noche, esa maravillosa criatura que empieza con un precioso atardecer y se acaba con un alentador amanecer. La noche, dueña del silencio casi perfecto, pero a la vez donde se aprecia el discurrir de un río, el oleaje de un mar o el bullir del viento sobre las hojas de los árboles. Pero también, precioso, a su manera, el bullir de una ciudad, los murmullos de la gente, o una melodía que sale de un aparatoso altavoz de una persona en patinete. 

Qué tendrá la noche, que hasta el más común de los sonidos, puede convertirse en la melodía más reconfortante. 

Pero, la noche, puede ser tu peor enemiga, la que encumbra tu oscuridad, la que hace que salgan a relucir los pensamientos más detestables desde lo más hondo de tu ser. La noche, dulce tortura y amarga bendición.

La noche, la de los dulces sueños y la de las eternas pesadillas. La de los amantes furtivos y la del amor desenfrenado. 

Maravillosa noche.

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